Por una parte, por aguantarme con mi cámara y posar para mí siempre que los necesito:
han aguantado bajas temperaturas ligeras de ropa (en un caso, con niebla y en camisón),
han pisado piedras con los pies descalzos,
han aguantado asfalto caliente en pleno agosto, también sin zapatos,
les he forrado en papel de cocina,
les he puesto a fumar sin ganas de fumar,
les he puesto ropa a mi antojo,
he sido
les he puesto en posturas incómodas,
pelucas,
les he hecho mirar al sol directamente exigiéndoles que no pusieran muecas,
les he dicho de buena manera que ese gesto no era el más favorecedor,
se han puesto bengalas en la boca,
una mención especial a Clara que comió tierra, se dejó echar polvos de talco en la cara, comió cantidades incalculables de colorante alimentario y se restregó yogur por el cuerpo,
me han ayudado a desarrollar muchas de las sesiones,
me han regalado su tiempo,
...y todo esto siempre con una sonrisa y sin rechistar (aunque Silvia en especial no dice ni mu porque dice que le doy miedo). Siempre he intentado compensarles de alguna manera, suele ser con una merienda o algo de comida, que con el estómago uno se gana a la gente, eso es así.
Me gusta pensar que con el paso de los años tendré fotos de todos ellos y que sin ellos no tendría ni una cuarta parte de mis fotos.
Por otra, porque se acercan estas fechas y se pone uno ñoño y quiero decirles que los amo. Algunos de ellos viven fuera, ya se sabe por qué, y ahora que vuelven a casa por navidad los espero con ganas locas. Son la familia que he elegido, después de todo, ¿qué es uno sin amigos?
